Cuando llegas al Castelo de Sao Jorge, en Lisboa, tienes la oportunidad de introducirte de lleno en el alma de la ciudad. La urbe está llena de calles portuguesas con un aire a fado que parecen querer llevarte hasta el mismo centro de su historia.
Ya cuando subes con el tranvía, si te acercas desde la plaza Mayor, o desde algún punto más abajo, Lisboa te estará llamando desde el primer momento.
Pasarás por calles estrechitas en las que los lisboetas tienen la ropa tendida en sus ventanas, junto a la misma vía del tren. De una manera tan natural que, al pasar, podrías tocarla con tus manos sin necesidad de estirar los brazos.
Y, si hay algo que me encanta de estas calles una vez he bajado del tranvía, es patearlas mientras voy absorbiendo el alma de la ciudad. Conservan sus porqués, sus edificios, sus materiales típicos. Sus colores. Conservan su vida. Y, por eso mismo, Lisboa nunca dejará de ser Lisboa.